jueves, 16 de agosto de 2007

La historia del ballet #2

.../... Continuación de La historia del ballet (originalmente al inicio del capítulo 5 de Julio Bocca, la vida en danza, y suprimido durante la edición del libro):

La danza dio un paso agigantado hacia la modernización gracias a Jean Georges Noverre (1727-1810). Con Marie Sallé, una de las principales bailarinas de la época, desarrolló la danza de acción, dando espacio a la pantomima. Redactó las Lettres sur la Danse et sur les Ballets (Cartas sobre la danza y sobre los ballets), probablemente la obra más importante que se haya escrito sobre la danza en aquél entonces: en ella imprimió los fundamentos de una verdadera reforma. Explicó el principio del en-dehors, base del ballet clásico: "Nada es tan necesario, señor, como el giro de la pierna hacia fuera para bailar bien, y nada es tan natural para los hombres como la posición contraria", explicó en sus Lettres. Noverre también recomendó que se dejaran de usar las máscaras y los trajes tradicionales. Y recorrió toda Europa para difundir sus enseñanzas.

En la Ópera de París, los bailarines se repartían entre tres categorías: la danse noble, que exigía estatura alta y una figura delgada y bien proporcionada; la danse de demi-caractère, con una altura media, cuerpo esbelto y gracioso, una fisonomía agradable; y la danza cómica, para bailarines bajos, más bien fortachones y de fisonomía alegre.

A finales del siglo XVIII y principios del XIX es cuando se transformó, además de la vestimenta, el calzado de las bailarinas: la zapatilla reemplazó al zapato. Pronto aparecieron las puntas. La célebre bailarina Maria Taglioni (1804-1884), nacida en Estocolmo de madre sueca y padre italiano, Filippo Taglioni, bailarín y maestro de baile, fue la verdadera iniciadora de la danza sobre puntas: entonces rellenaba simplemente sus zapatillas con algodón. Su padre creó para ella un ballet, La Sylphide, en 1832, en el que aparecieron los primeros tutús, hechos de tul y velos transparentes. Volátil, grácil y etérea merced al delicado trabajo en la punta de los pies, la Taglioni representaba el ideal romántico de la mujer pura e inocente. Tenía seguidores en toda Europa. El ballet romántico estaba en su apogeo. Fanny Elssler fue su principal rival. Fue también la primera en bailar en Estados Unidos.

Mientras tanto, el papel del bailarín cambiaba de manera radical: contrariamente al siglo anterior, el varón ya no era el protagonista principal. Su papel se volvió secundario y se limitó a hacer lucir los talentos de la bailarina. Aún más: en algunos casos, los papeles masculinos ahora eran desempeñados por mujeres. El escritor francés Theophile Gautier, admirador de Carlotta Grisi, sucesora de Taglioni y Elssler, escribió para ella el libreto del ballet Giselle, uno de los más representados en el mundo entero.

Sin embargo, la crisis económica y la guerra de 1870 con Alemania marcaron el fin de la hegemonía del ballet romántico en Francia. Muchos profesores italianos y franceses se mudaron entonces a Rusia, donde la emperatriz Ana había fundado la Academia Imperial en 1735, en San Petersburgo. La figura principal que marcó la danza allí fue el francés Marius Petipa (1822-1910). Junto con Lev Ivanov y Enrico Cecchetti, llevó la tradición francesa al ballet imperial ruso, introduciendo nuevas técnicas que le permitieron elevar la danza a las más altas cumbres artísticas. Petipa fue nombrado director de los Teatros Imperiales en 1869. El zar le pedía una creación nueva para cada temporada. Petipa se negó a aprender a hablar ruso: enseñaba la danza en su idioma natal. Por eso, a pesar de que la danza clásica se desarrolló finalmente en Rusia, el francés sigue siendo la lengua utilizada para la denominación de los pasos en el mundo entero: plié (doblado), relevé (elevado), rond-de-jambe fouetté (movimiento en el que la bailarina gira sobre una pierna mientras la otra dibuja un círculo en el aire, y que en algunos ballets se repite 32 veces), grand jeté (salto en el que el bailarín se abre de piernas en el aire), pas-de-deux (paso a dos), pas-de-trois (paso a tres)...

La obra de Petipa fue inmensa, con más de cincuenta creaciones. Trabajó de manera estrecha con el compositor Piotr Illich Chaicovsky: con él realizó La Bella Durmiente del Bosque, Cascanueces, El Lago de los Cisnes... Sus obras, entre las que se destacan además Raymonda, La Bayadera o Don Quijote, conforman las piezas fundamentales de la danza clásica actual. El tutú de la bailarina se achicó cada vez más, hasta limitarse a varias capas cortas de tul en forma de bandeja alrededor de las caderas, dejando ver la totalidad de las piernas. Esto permitió a las mujeres realizar pasos cada vez más complejos y virtuosos. Petipa, que es considerado el fundador de la tradición académica, innovaba constantemente. Reinó de manera absoluta sobre los Teatros Imperiales durante casi cuarenta años, trabajando bajo las órdenes de cuatro zares diferentes.




Con él, Rusia se transformó en la cuna del ballet. El Teatro Mariinsky de San Petersburgo en el que trabajó Petipa, llamado Kirov en la época soviética y que abrió sus puertas en 1783, y el Teatro Bolshoi de Moscú, inaugurado en 1856, rivalizaban por el primer lugar. San Petersburgo ha contado con una escuela de ballet desde 1735: fundada por el francés Jean Baptiste Landet, es la ancestra de la célebre y actual Academia Vaganova, con más de 250 años de edad. De ese instituto salieron los más ilustres bailarines del siglo XX: Vaslav Nijinsky, Rudolf Nureyev, Mijaíl Baryshnikov, Natalia Makarova… El Bolshoi, por su parte, se puede enorgullecer de haber formado a artistas como Maya Plisetskaya, Ekaterina Maximova o Vladimir Vassiliev. Y si bien el ballet del Bolshoi fue opacado por la ópera durante mucho tiempo, recobró todo su brillo durante la era soviética.

Todos los bailarines clásicos del siglo XX han soñado con pisar alguna vez el escenario del Mariinsky o del Bolshoi. Más que la Ópera de París o la Scala de Milán, los coliseos rusos han representado la meta ideal de cualquier artista de ballet.

Y el joven Bocca no era ninguna excepción.

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