Julio Bocca
–El 23 de diciembre de 2007, tras el multitudinario show en la avenida Nueve de Julio, colgaste tus zapatillas de baile. ¿Qué hiciste después?
–Esa misma noche me rapé, comimos pizza y tomamos champagne con amigos en la confitería La Ideal, y al día siguiente huí hacia el mar. A Los Cobos, una casa que alquilé en una estancia, entre Mar de Ajó y Pinamar. Necesitaba descansar. Fui con algunos amigos, para no pensar en nada. Sólo quería disfrutar del campo, del mar, y nada más. ¡Es que necesitaba mucho descansar! Después vine a Punta del Este para fines de enero, a preparar la presentación del Ballet Argentino, y como no tenía que bailar, pude conocer la ciudad como nunca antes lo había hecho. Incluso me animé a Chihuahua, la playa nudista, para ver el atardecer. ¡Nunca lo había visto, porque a esa hora siempre estaba trabajando!
–Ya estás radicado en Montevideo. ¿Qué extrañás de Buenos Aires?
–Nada, porque viajo muy seguido para allá. Igual, siempre fui como un turista en mi propia ciudad. Sólo estaba cien días al año, y treinta me los pasaba encerrado, ensayando o preparando un nuevo espectáculo. Pero amo Buenos Aires, y en algún momento voy a volver. Claro que cuando empecé a mirar la ciudad con más tiempo, me empecé a sentir ahogado: el tránsito es un desastre, la gente está triste, los piqueteros te cortan la calle, y aunque pago 2.700 pesos de Alumbrado, Barrido y Limpieza, las veredas están rotas. En Montevideo, en cambio, me siento como en Nueva York. Es una ciudad tranquila; disfruto de la playa frente a mi casa y hasta tomo mate en la vereda. La gente es más de pueblo, se toma sus tiempos, y yo necesitaba sacar el pie del acelerador. En mi departamento en Puerto Madero me sentía encerrado, perseguido... No me podía relajar, porque el teléfono sonaba todo el tiempo. Y yo necesitaba parar. Es la primera vez que pienso primero en mis necesidades.
–¿Te costó desacelerar?
–Al principio sí. Además, en Buenos Aires yo levantaba el teléfono y alguien me solucionaba las cosas. Acá empecé a arreglarme solo. Nunca había hecho la cola de un banco, y me sentía incomodo si iba al supermercado, porque todos me miraban. Acá soy uno más.
–¿Cómo fue el proceso de adaptación?
–En abril decidí armar tres valijas y venirme a vivir a la casa de unos amigos, por la zona del Parque Rodó. En diciembre, después de mucho buscar, me compré una casa. Ahora estoy terminando la mudanza y los arreglos, y diseñando mis propios muebles.
–¿Es difícil aprender a vivir después de los 40?
–Sí. Pero es maravilloso, porque si bien todo es nuevo, tenés a tu favor la experiencia. Sabés lo que querés. Estoy aprendiendo a cocinar, y hasta he inventado algunas salsas. Cuando estaba en Nueva York sólo me preparaba comida congelada y ensaladas de atún. Y en Buenos Aires, ¡ni eso! Jamás me hice un huevo frito, y cuando debía bailar comía queso y agua.
–¿Y te desquitaste…?
–No. Sólo engordé 5 o 6 kilos, pero no me importa, porque soy feliz.
–Te convertiste en un perfecto amo de casa…
–Sí, y es un trabajo bárbaro mantener un hogar… Por eso ahora respeto mucho más a las mujeres que se quedan en su casa. Acá limpio, cocino... En fin, no tengo tiempo para aburrirme. La casa es muy chiquita, pero muy cálida. Tiene un jardincito que mira hacia la playa, donde juega Manon, mi perra. Diseñé mis muebles y todo es blanco, negro y cromo. Todavía me falta elegir una araña grande para el living y algún que otro retoque.
–¿Y no extrañás el escenario?
–Para nada. Igual, sigo vinculado a la danza; el año pasado fui jurado de varios concursos internacionales. Además de seguir con el Ballet Argentino, me ofrecieron en Uruguay crear una compañía de danza para el teatro Solís, o que dirija la compañía del ballet del SODRE (el Servicio Oficial de Difusión Radiotelevisión y Espectáculos uruguayo). Ojalá lo pueda hacer, porque acá hay muy buenos bailarines.
–Se va a poner celosa la gente del Colón…
–Al Colón lo quiero, porque fue parte de mi vida, y aunque hay mucho talento artístico en todos los sectores, hay muchos otros que no trabajan en serio, que sólo van a cobrar su sueldo de empleados municipales. Si se deciden a empujar para sacar adelante al Colón, voy a ser de los primeros en ayudar.
–¿El ballet te dejó muchas heridas?
–No. Mientras bailaba atravesé por muchos estados. A los 25 me sentía aburrido, porque no tenía tiempo para mí. Fue cuando empecé a ir al psicólogo. Me lastimaba el cuerpo, y no paraba ni me tomaba vacaciones. Después había funciones que no disfrutaba, pero seguía sólo por los compromisos contractuales. Y en el físico tengo nueve operaciones relacionadas con el ballet en mi haber. Pero fueron apenas marquitas. Eso sí: después de haber parado un año, no sé si podría volver a subirme a un escenario.
–¿En esos tiempos de cansancio y hastío caíste en la tentación de las drogas?
–En el ambiente artístico es bastante normal que te las ofrezcan. Yo probé algunas cosas, porque quería experimentar qué se sentía. Marihuana a los 14, con un compañero del Colón; después, a los 19, en una fiesta de Año Nuevo en Los Angeles, probé cocaína; y hasta en una ocasión tomé algo más fuerte. Pero después terminé hecho mierda… La cerveza es mejor, más fresca, y es rica, como el champagne y el vino tinto.
–¿Sos creyente?
–No. Si bien admito que hay una energía superior, creo en la fuerza de uno para poder hacer las cosas, porque en la vida nadie te regala nada.
–¿Participarías de Bailando por un sueño?
–No, porque no creo que eso sea arte. No en todos los ritmos hay trucos, ni necesariamente se debe estar con el culo al aire. Sin ánimo de crear polémica, creo que Marcelo Tinelli podría aprovechar más su popularidad para educar al televidente.
–¿Cuáles son tus próximos proyectos?
–Entre marzo y abril voy a filmar los movimientos animados que hacía Alberto Olmedo para una película sobre el Capitán Piluso. También voy a ir a Moscú y Nueva York como jurado. Sigo armando el nuevo espectáculo del Ballet Argentino y pienso dictar clases durante una semana de ensayos en la Escuela de Ballet de Praga. Al mismo tiempo, organizo la escuela de Diprodi (Diseño, Producción y Dirección) con Ricky Pashkus. Ah, y estoy preparando una Gala de Estrellas para Madrid, que después queremos traer a Buenos Aires.
–Todos proyectos laborales... En lo personal, ¿seguís con ganas de tener o adoptar un hijo?
–No, no es el momento. Aunque me fascinaría criar un hijo, es la primera vez que tengo tiempo para disfrutar mi vida, sin depender de nadie, la primera vez que me siento libre.
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