sábado, 5 de noviembre de 2011

Entrevista a Julio Bocca en la revista Hola

La revista ¡Hola! acaba de publicar una entrevista a Julio Bocca. Pueden leer la entrada original aquí... o mejor aún, comprar la revista.

Julio Bocca: "Por primera vez me siento con los pies sobre la tierra"

Siempre lo tuvo claro y lo repitió casi hasta el hartazgo. “A los 40 me retiro”, decía Julio Bocca (44) cada vez que le preguntaban. Y cumplió con su palabra. El 22 de diciembre de 2007, después de veintisiete años sobre los escenarios más importantes del mundo, el máximo bailarín de Argentina bajó definitivamente el telón de su carrera con un show en el Obelisco.

Unos meses más tarde, se instaló en Montevideo y, como él mismo dice, “comenzó de cero”. Nueva vida, nueva casa, nuevos amigos y unas enormes ganas de no hacer nada. Pero en marzo del año pasado le ofrecieron ser el director artístico del Ballet Nacional del Sodre y aceptó.

Fotos: Ignacio Arnedo / Revista ¡Hola!
–¿Cómo te definirías en este nuevo papel?

–Disciplinado, constante, respetuoso… Yo me siento feliz y muy seguro con lo que estoy haciendo, y creo que eso es fundamental: con esa seguridad puedo salir a pelear por lo que quiero conseguir.

–¿Cuánto hace que estás viviendo en Montevideo?

–Tres años, casi al toque después del retiro. Necesitaba tranquilidad, desaparecer… Tenía miedo de quedarme en Buenos Aires y estar todo el tiempo encerrado en mi departamento para evitar los autógrafos, las fotos… Es algo que siempre agradecí, pero necesitaba encontrarme conmigo mismo.

–¿Fue como empezar de cero?

–Así es. Tuve que armar mi grupo de amigos. Al comienzo, era extraño porque me pedían que les contara anécdotas y si íbamos a algún lugar nos sacaban fotos y ellos no estaban acostumbrados a eso. Tuvimos que ir acomodándonos; por suerte, me crucé con muy buena gente en quien poder confiar.

–¿Cómo es el trato con el público?

–Acá nadie se me acerca. Es muy aliviador porque me siento uno más, voy a un restaurante y me atienden igual que a todos… Es muy lindo porque durante veintisiete años fui “el primero”, “el de las fotos” y por primera vez me siento con los pies sobre la tierra. Pasó el fanatismo y puedo disfrutar del cariño de la gente desde otro lugar.

–¿Recordás cómo fueron las horas posteriores a tu último show?

–Bajó el telón, me fui a casa y ahí me di cuenta de que ya no tenía la danza… ¿Y ahora qué? Me bañé, me fui a la fiesta de despedida y di por terminada mi carrera de bailarín. Después me tomé un año y medio para hacer nada: me levantaba a la hora que quería, comía y tomaba lo que se me antojaba, viajaba sólo si tenía ganas… Necesitaba estar en mi cama, ir al supermercado, cocinar. Descubrí que me encanta la cocina, reinventar recetas.

–¿No le tuviste miedo al vacío?

–¡Para nada! Siempre supe que iba a bailar hasta los 40 y  fui armando mi retiro. Tenía mi escuela, el Ballet Argentino y sabía que me iban a llamar para dirigir porque era algo que me habían ofrecido varias veces.

–¿Por qué a los 40?

–Es que fueron muchos años como bailarín, trabajados con mucha intensidad. Sentía que ya no tenía nada nuevo por descubrir y, al mismo tiempo, estaba cansado, no quería seguir bailando sin pasión. Prefiero que el público me siga preguntando “¿cuándo volvés?”, y que no se pregunten “¿cuándo se retira éste?”. [Se ríe.]

–¿Qué pasó con el ego del bailarín, ese que tiene todo artista para mostrarse, gustar, recibir el aplauso?
–Los aplausos son un agradecimiento a lo que uno da, pero yo no estudié mañana, tarde y noche pensando en el aplauso. Tuve la suerte de ser muy reconocido, pero nunca trabajé para eso.
–¿Cuánto creés que hubo de suerte en tu camino?
–No sé si fue suerte, destino o qué, pero siento que me fueron apareciendo cosas y oportunidades de las que aprendí y fui aprovechando.

–¿Alguna vez sentís que atravesaste una crisis vocacional?

–A los 25, después de cinco o seis años sin tomarme vacaciones, sufrí un período de mucho cansancio. En ese momento, ya tenía dos operaciones de rodilla y no sabía hasta cuándo me iba a dar el cuerpo. Entonces, me llamaban de la Opera de París y decía que sí, me convocaban del Bolshoi de Moscú o del Covent Garden de Londres… ¿cómo iba a negarme? Tuve que volver al psicólogo para aprender a decir que no porque estaba haciendo funciones frías, distantes.

–¿Cuán importante fue tu familia en tu carrera?

–Fundamentales. Mi abuelo Nando, mi abuela Teresa y mi mamá Nancy siempre me apoyaron, sobre todo en esta carrera… Un varón que estudia danza…

–¿Vos tuviste que enfrentarte a ese tipo de prejuicios?

–Nunca me importó lo que decían, todo lo que escuchaba me entraba por un oído y me salía por otro. En el mundo del ballet no pasa nada diferente de lo que se vive en un estudio de arquitectura o en un buffet de abogados.

–¿Qué cosas siguen intactas de aquel chico que a los 8 años tomaba el tren para ir a sus clases de ballet?

–Todo lo que se ve… Con más experiencia, con un poco más de sabiduría, pero yo me sigo divirtiendo como cuando tenía 8 años. También hay algo de la sorpresa, el capricho y la insistencia que tienen los chicos que aún siguen presentes en mí.

–¿Alguna vez dijiste “cuando me retire será para comer papás fritas y tomar cerveza sin culpa”?

–¡Eso lo hago! Papas fritas no tanto, pero mi cervecita está. Cuando termino de trabajar, agarro la rambla con el auto, llego a casa, me siento en el balcón mirando el río y tomo mi copita de champagne, mi vinito o mi fernet con gaseosa.

–¿Estás en pareja?

–Sí, desde hace dos años.

–¿Sos difícil para el amor?

–Como cualquier ser humano, con lo bueno, lo malo, lo complicado… Con los años aprendí a allanar el camino del amor, aprendí a ceder, a no poner palos en la rueda.

–¿Quisiste o te quisieron más?

–A lo largo de mi vida tuve parejas estables, amé sin ser correspondido y también estuve cómodo con alguien por el solo hecho de estar acompañado.

–¿Te gustaría ser padre?

–La idea de la paternidad siempre está latente, pero tal vez en otro momento tenía más ganas… Ahora ya no tanto.

–¿Cuál es tu máxima fantasía?

–Tener un gran barco. Es un sueño que tengo desde siempre y no quiero perderlo. Me encanta leer revistas de náutica. Tal vez algún día venda todo lo que tengo, me compre un barco y me vaya a vivir flotando.

–Si tuvieras un espejo delante y te miraras a los ojos durante algunos minutos, ¿qué te dirías?
–[Piensa.] Me diría “gracias por todo lo que diste y lo que seguís dando, seguí aprendiendo, no aflojes, no te dejes estar”. Creo que algunas veces me preguntaría “¿por qué no estás sonriendo, si tenés todo?”.

–¿A veces te olvidás de sonreír?

–Cada vez menos… Aprendí a cambiar mi cabeza y entendí que lo malo se puede transformar en bueno y que todo es posible, aunque haya días en los que me nuble la cabeza.
 
Texto: Sebastián Fernández Zini
Fotos: Ignacio Arnedo

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